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martes, 6 de octubre de 2015

Vuelven a buscar al autor de la bomba. (Fuente: El País, 05/04/2015)

Andrés había invitado a Facundo a dormir a su casa ese viernes 2 de octubre. El sábado, al levantarse, Facundo se había quedado en el dormitorio jugando al play station y él había ido a clase de inglés en un instituto que quedaba a dos cuadras y media de su casa.
Desde el aula sintió "clarito" un ruido fuerte, atípico, como el de una explosión. Con la profesora salieron a la calle a ver qué había sido. "Al principio no sabía bien de dónde era. Un vecino de al lado del inglés le dijo a la profesora que le parecía que era en la calle Plutarco. Pensé pah, mi casa. En eso llega un alumno, cuando yo me estoy yendo, y dice sí, fue en Plutarco, a pocas cuadras de Propios. Ahí me dio nervios, chucho. Arranqué para casa. Cuando llegué a la esquina vi ambulancia, bomberos, la cuadra cortada, lleno de gente. Lo primero que hice fue tirar todo e intentar meterme corriendo en mi casa, pero me agarraron entre vecinos y bomberos. Me cruzaron a la casa de la vecina de enfrente, no me dejaban ni ver. No me decían nada. Solo me preguntaban quién estaba en mi casa, si había alguien arreglando algo, y yo les decía que no, que solo mamá y Facundo. Me dijeron que tenía que avisarle a mi padre. Lo llamé, no sabía ni qué decirle. Me decían tranquilizate, pero no me podía tranquilizar. Un poco disimulado le dije algo grave le pasó a mamá. Vino al toque. Ahí lo vi, nos quedamos juntos, y al rato nos dijeron". Pasaron cinco años y medio. Andrés ya es un hombre de 19 años, que puede recordar y describir los hechos del día en que mataron a su madre y hacerlo como si fuera un relator externo, sin lágrimas, sin gestos de dolor, sin inflexiones que lo dejen más expuesto de lo que quedó después de que una bomba detonara su vida. Carlos, su padre, escucha con la cabeza baja. A él sí le cuesta cada palabra. En el momento que supo que su esposa había sido asesinada entró en shock, le bajó el azúcar y casi se desmayó. Pero al día siguiente pudo entrar a su casa y recorrerla. Le dijeron que Miriam había atendido a un empleado de Agencia Central, que había recibido un paquete a su nombre y con su dirección, que el paquete era muy pesado y por eso el hombre debió ayudarla a cargarlo hasta la puerta. Le contaron que ella lo movió dos metros hasta el sillón del living, y que allí lo abrió. Alguien le iba señalando, entre las cenizas, "acá pasó esto, acá pasó esto otro". Por eso él nunca más pudo volver a pisar la calle Plutarco. "Tengo esas fotos en la cabeza. Cierro los ojos y las veo". El caso de la bomba que estalló en Buceo el 3 de octubre de 2009, que terminó con la vida de Miriam Mazzeo (49) y que hirió a Facundo Quiroga (hoy de 19), sigue siendo un enigma y permanece impune. Sin embargo, el expediente no está archivado. Por el contrario, en el último tiempo se agregaron páginas con nuevas actuaciones. En la sede del juzgado de 8° Turno dijeron a El País que no es posible consultarlo porque lleva el rótulo de "reservado". El subcomisario Raúl Pírez, que forma parte de la Dirección General de Información de Inteligencia del Ministerio del Interior, integra una unidad especializada en esclarecer delitos complejos. A mediados de 2014 se le encomendó, junto a otros policías, la difícil tarea de encontrar un culpable de la muerte de Mazzeo. El 11 de agosto sonó el teléfono en la nueva casa de Carlos Díaz y su hijo Andrés. Les dijeron que tenían que presentarse en el juzgado y ellos pensaron que por fin había alguna noticia. En todos estos años solo habían esperado una llamada como esa. Pero cuando fueron se encontraron con que, en realidad, los habían citado para tomarles declaraciones una vez más. Así como a ellos, los policías de la unidad de delitos no aclarados llamaron a declarar a todos los involucrados en el caso Mazzeo. Sus familiares aseguraron a El País que la indagatoria fue dura, insistente. "Nos trataron como si fuéramos delincuentes. Te repetían varias preguntas como para que les dijeras sí, tenés razón. Querían que inventáramos cosas, no sé. Al compañero de él (Facundo), que también lo citaron, le hicieron pasar un mal momento", relató Díaz. Las declaraciones fueron registradas por una perito semióloga que trabaja para la Policía. Su tarea consiste en analizar los discursos de los indagados como estructuras sintácticas y gramaticales, estudiar la comunicación verbal y prestar atención a los elementos no verbales que acompañan el relato: los gestos, la ropa, los accesorios, el peinado, entre otros. El subcomisario Pírez informó a El País que la perito ya analizó las indagatorias y que hace 15 días entregó un informe con sus conclusiones. Cuando la jueza penal Graciela Eustachio regrese de su viaje, se reunirá con ellos, el fiscal y otros actores de la investigación para discutir el contenido del documento, dijo Pírez. Se espera que de allí surjan "dos o tres" principales sospechosos sobre los que volver a insistir. "Hay que poner todo sobre la mesa, con los distintos puntos de vista", explicó. Agregó que luego de esa instancia, ya con más elementos e hipótesis, "habrá que reindagar a todos". Aunque parezca extraño, cinco años después "quedan unas cuantas cosas por hacer". "Nosotros recién agarramos el caso", justificó Pírez. Igual, es cauto cuando se le pregunta si tiene esperanzas de aclararlo: "Depende de que las personas hablen o no". Agregó que la Policía Técnica ahora cuenta con herramientas que no había en 2010 y las aplicará. De todas formas, quienes están a cargo del caso son conscientes de que la dificultad mayor será reunir las pruebas para demostrar una eventual culpabilidad. Quién y por qué. En los primeros pasos de la investigación trabajaron la Comisaría 11ª, el Departamento de Investigación de Siniestros de Bomberos, la Policía Técnica, el Servicio de Material y Armamento del Ejército, la Dirección Nacional de Información e Inteligencia y la División Homicidios de la Jefatura de Policía. Finalmente el caso quedó en manos de Homicidios, una unidad de la Dirección de Investigaciones que continuó actuando a las órdenes de Eustachio y que luego recibió aportes de Delitos Complejos. Los investigadores decían en aquel entonces que no se había visto un crimen semejante en la historia del país. El personal de Homicidios manejó dos hipótesis principales. Primero, que Miriam Mazzeo había sido asesinada por un conflicto familiar. Su padre había formado dos familias paralelas y ella era fruto de una relación extramatrimonial. Cuando él murió, Miriam inició el trámite judicial para llevar su apellido porque sentía que era una deuda pendiente. En el juzgado conoció a su media hermana, dos años mayor, también llamada Miriam. La Policía manejó la posibilidad de que existiera un posible móvil vinculado a una herencia que el padre hubiera dejado, pero más tarde lo descartó. Carlos y Andrés no conocen a la mujer, nunca hablaron con ella. Miriam, su esposo y su hijo no recibieron ningún dinero de don Mazzeo. La otra línea de investigación se orientó al entorno laboral de la víctima, que era funcionaria del Instituto de Educación Física Superior (ISEF). Algunos meses antes de morir había ascendido por concurso a la dirección de Recursos Humanos del instituto. Eso motivó el "roce", según su marido, con un funcionario que estaba "celoso" y que la había amenazado. Se dijo que el hombre era retirado militar, lo que podía explicar que tuviera los conocimientos para armar una bomba. Desde Homicidios le dijeron a Carlos Díaz que esa persona —cuyo nombre desconoce— era el principal sospechoso, pero que la jueza no tenía suficientes pruebas como para declararlo culpable. Y eso fue lo último que supo, hace años ya. Carlos y Andrés se quejan de que desde que el caso cambió de manos no supieron más nada, pese a que varias veces intentaron comunicarse con los investigadores por teléfono y mensajes de texto. Sospechan que están ocultando algo o a "alguien grande". "Si no, ¿por qué no me atienden y me dicen que sigue todo igual?", se pregunta Andrés. La vida cambió radicalmente para ellos, también económicamente. La bomba destruyó la casa y casi todos los muebles. En cuestión de meses les robaron todo lo que había de valor allí, y Carlos ni intentó frenarlo. "Ya había perdido demasiado como para preocuparme por unas rejas", dice hoy. Solamente el colegio Monseñor Isasa, al que iba Andrés, hizo una colecta para ayudarlos. Nadie más. Ahora alquilan un apartamento muy sencillo en Parque Batlle. Cuando los vecinos pasan por la puerta, saludan, preguntan especialmente cómo está Carlos y si hay alguna novedad del caso. "Vamo arriba", dice uno. "Fuerza", pide otro. "Quiero entender quién y por qué. Es inentendible. Y también que la persona que fue, pague. No sé si me la cruzo todos los días, no sé si está en otro país disfrutando lo más tranquilo", dice Andrés, y luego habla Carlos: "Es difícil vivir así. La gente no se da cuenta de que nos cuesta. No todos los días estamos pensando, pero pasamos mucho tiempo que no dormíamos pensando. Hasta hoy, ya ves, seguimos insistiendo a ver si alguien nos da una mano, a ver si a alguien le toca el corazón y dice bo, vamos a seguir con esta gente a ver si le resolvemos el caso. Y también para que ella viva en paz. Estoy seguro que ella está deseando que nosotros sepamos qué fue lo que pasó".

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